Villarejo cruzó los brazos sobre el pecho y miró en ambas direcciones, como se hace antes de desvelar un gran secreto. En sus últimos años como rey, dijo Villarejo, Juan Carlos se enamoró de Corinna zu Sayn-Wittgenstein, una ciudana danesa nacida en Alemania que conservaba el apellido de su aristocrático exesposo, el príncipe Casimiro de Sayn-Wittgenstein-Sayn. Conoció a Juan Carlos en un viaje de cacería en España. El romance era un secreto a voces y, al poco tiempo, Juan Carlos comunicó a los miembros de su círculo que planeaba divorciarse de su esposa, la reina Sofía, y casarse con Zu Sayn-Wittgenstein. Los altos funcionarios del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) se alarmaron. Un divorcio podría dañar gravemente la reputación de la monarquía, la institución más tradicional de España después de la Iglesia católica. Según Villarejo, los agentes de inteligencia idearon un plan para separar a la pareja, denominado Operación Fari, en honor a Farinelli, un cantante italiano que, tras ser castrado, se convirtió en uno de los sopranos más célebres del siglo XVIII.

El plan, dijo, consistía en hacer algo parecido con el rey: se reclutaron guardaespaldas militares para sustituir las medicinas de su pastillero por hormonas femeninas. La idea, según Villarejo, era que las píldoras hicieran que a Juan Carlos se le cayera el pelo y disminuyera su libido, de tal forma que ni el rey ni su amante se sintieran atraídos por el otro. Le pedí a Villarejo que se detuviera un momento. Parecía un plan ridículo, le dije. ¿Qué le parecía a él? “Me pareció alucinante”, dijo riendo. “Pero podrían haber matado al rey”. (El CNI nunca ha reconocido que tal operación tuviera lugar).

Finalmente, la pareja terminó su relación, aunque la ruptura pareció deberse más a la incapacidad del rey para mantenerse fiel a su amante que al complot de los espías españoles. Esto, sin embargo, creó un nuevo dolor de cabeza el CNI: la agencia de espionaje, según Villarejo, creía que Zu Sayn-Wittgenstein tenía acceso a una gran fuente de documentos perjudiciales de la monarquía y pretendía utilizarlos para chantajear a su antiguo amante. Así que en la primavera de 2015, dijo Villarejo, fue enviado una vez más: esta vez iría de incógnito a Londres para entablar amistad con Zu Sayn-Wittgenstein con la esperanza de que ella le dijera la ubicación de los archivos y todo lo que contenían.

Villarejo buscó que los presentaran a través de una amistad en común, y los dos hombres se reunieron con Zu Sayn-Wittgenstein en su apartamento de Eaton Square, en Londres. Villarejo dijo que pidió té verde, se sentó y presentó su falsa identidad. Era un abogado con vínculos profundos con la agencia de inteligencia, pero a diferencia de otros funcionarios, a él le parecía que ella había sido tratada injustamente, y quería ayudar. Villarejo me contó que, para ayudarlo a ganarse su confianza, los funcionarios de inteligencia le enviaron documentos para que los compartiera con ella, en los que se esbozaban planes oficiales para inculpar a Zu Sayn-Wittgenstein de delitos financieros.

Cuando escuché la grabación de la conversación —los fragmentos filtrados son ahora fáciles de encontrar en internet— pude oír cómo Zu Sayn-Wittgenstein se estremecía. A continuación, empieza a enumerar una lista de negocios financieros sucios de los que tuvo conocimiento durante la relación. Juan Carlos tenía cuentas ocultas en Suiza, dijo. Había usado a uno de sus abogados y a un primo como testaferros en numerosas transacciones, entre ellas los pagos por vuelos privados que realizaba. Los asesores del rey habían intentado poner a nombre de ella una propiedad que le había regalado el rey de Marruecos para evitarle el pago de impuestos.“Están haciéndome la guerra porque yo no quiero cometer un delito”, dice ella.