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LAKE DALLAS, Texas – Era lunes por la mañana en este suburbio de Dallas,Texas, cuando los hermanos Medina se preparaban para su jornada de trabajo.

Leo Medina, de 24 años, disfrutó de un desayuno tranquilo con su madre y sus abuelos y luego condujo hasta el Centro Médico Baylor Scott & White en Dallas, donde gana 22 dólares la hora esterilizando equipo quirúrgico.

Isai Medina, de 23 años, encendió computadoras portátiles en el dormitorio de su casa con aire acondicionado, donde trabaja de forma remota para solucionar problemas de integración tecnológica para una empresa dental.

Mientras tanto, a media mañana, el sudor goteaba de la frente del hermano menor, Carlos Medina, de 20 años. El joven estaba colocando tablas de laminado en el piso de un tráiler junto a su padre Darío Medina, y aunque lo hacían sin aire acondicionado, este es uno de los pocos trabajos que los dos inmigrantes indocumentados pueden encontrar. A medida que las temperaturas al aire libre subían a los tres dígitos, los hombres se esforzaron golpeando una tabla tras otra, el arduo trabajo exhibiéndose por medio un anillo oscuro de sudor alrededor del cuello de la camiseta de Carlos Medina.

Tres horas más tarde, padre e hijo continuaron con su siguiente trabajo, descargando 100 pacas cuadradas de pastura de 60 libras en el rancho de un cliente. El trabajo hizo que les dolieran los hombros y se les impregnaran las camisetas de sudor. Carlos Medina ganó 16 dólares la hora por este trabajo.

Los hermanos Medina llegaron a Estados Unidos desde México con sus padres a corta edad. Una diferencia clave entre ellos: Leo e Isai Medina fueron aceptados en el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA por sus siglas en inglés), lo que les permitió obtener trabajos mejor pagados, licencias de conducir y matrículas universitarias menos costosas.

Carlos Medina no pudo obtener el beneficio.

Darío Medina (izq.) y su hijo Carlos Medina trabajan juntos en la construcción en Texas. El sueño de Carlos Medina de ir a la escuela de soldadura ha quedado en suspenso porque su petición de DACA se estancó mientras se determina en tribunales si continúa o no el programa. Omar Ornelas/El Paso Times

“Es frustrante”, aseguró Carlos Medina mientras emparejaba otra tabla junto a su papá. “No me importa trabajar con mis manos. Pero no puedo verme haciendo trabajos de construcción el resto de mi vida”.

A medida que DACA cumple 10 años esta semana, el programa cuenta con casi 650 mil beneficiarios y ha facilitado el camino hacia títulos universitarios y mejores trabajos para miles de jóvenes indocumentados. DACA permite a los hijos calificados de inmigrantes que fueron traídos ilegalmente a Estados Unidos protección contra la deportación, acceso a licencias de conducir y permiso para trabajar legalmente.

Pero como la política se ha enfrentado a desafíos legales en los últimos años, miles de jóvenes elegibles para DACA se han quedado fuera del programa. En 2017, el expresidente Donald Trump canceló la política, que luego se restableció después de la intervención de la Corte Suprema de Estados Unidos. El año pasado, en una demanda separada que atacó la política migratoria, un juez federal en Texas dictaminó que DACA es ilegal y ordenó congelar a todos los nuevos solicitantes mientras los méritos de la medida se deciden en los tribunales. La decisión, que fue apelada, puso en espera a más de 80 mil solicitantes primerizos de DACA, entre ellos Carlos Medina.

Hoy en día, miles de familias inmigrantes viven una vida en la que un hermano obtiene los beneficios de DACA, mientras que otro no puede conducir ni trabajar legalmente. En todo el país, 1.5 millones de personas viven con un beneficiario de DACA, según el Center for American Progress.

“Genera mucho estrés y angustia para los miembros de la familia”, asegura Lindsey Harris, abogada de inmigración con sede en Houston que trabaja con jóvenes elegibles para DACA. Harris mencionó que ha visto un aumento en las familias de estatus mixto desde que DACA fue impugnada en los tribunales.

“Parece propiamente injusto cuando tienes dos hermanos con historias de inmigración casi idénticas y uno califica para un beneficio como DACA y el otro no”, dijo.

(De izq.) Leo y Carlos Medina escuchan a su madre, Janneth Gonzales, en el nuevo hogar que alquilan en Shady Shores, Texas.

(De izq.) Leo y Carlos Medina escuchan a su madre, Janneth Gonzales, en el nuevo hogar que alquilan en Shady Shores, Texas. Omar Ornelas/El Paso Times

‘Un miedo que cargas cada día’

En 2002, Darío Medina y su esposa, Janneth González, huyeron de la pobreza y los conflictos de su natal Coahuila, México, y se mudaron con el resto de su familia a Estados Unidos. En ese momento, Leo tenía 4 años, Isai tenía 3 y Carlos tenía 6 meses. Llegaron a Lewisville, cerca de Dallas, con una visa de turista, inicialmente se quedaron con familiares y luego se quedaron más tiempo de lo que la visa les permitía.

Darío Medina trabajó primero como cocinero en un establecimiento McDonald’s y luego en una empresa que limpiaba Home Depots. González trabajaba en la caja registradora de McDonald’s. La pareja alternaba turnos para que siempre hubiera alguien en casa con los niños.

La familia Medina reza antes de una comida en su casa en Lake Dallas, Texas. Dos hijos están protegidos por DACA mientras que su madre, padre y hermano podrían ser deportados por vivir ilegalmente en EEUU.

La familia Medina reza antes de una comida en su casa en Lake Dallas, Texas. Dos hijos están protegidos por DACA mientras que su madre, padre y hermano podrían ser deportados por vivir ilegalmente en EEUU. Omar Ornelas/El Paso Times

Darío Medina insistió en que la familia aprendiera inglés. Recuperó un televisor y una videograbadora que alguien había tirado en un basurero y se pusieron a ver películas populares en EEUU, como “Bodyguard” con Kevin Costner y “El señor de los anillos”. Primero las veían con subtítulos en español, luego sin subtítulos, una y otra vez hasta que el idioma inglés comenzó a pegarse.

A Leo e Isai Medina les fue bien en la escuela, alternando fácilmente entre inglés con maestros y amigos y con el español en casa con sus padres. Leo Medina cortaba el césped en el vecindario por 25 dólares cada jardín, mientras sus padres pasaban de un trabajo de baja categoría a otro. La familia vivía de quincena en quincena, batallando para pagar el alquiler mensual de 650 dólares y comprar comestibles. No era raro que se les cortara la electricidad o el agua cuando la familia se atrasaba pagando las facturas. Cuando se llegaba a cortar el agua, los niños conectaban una manguera de jardín sobre la rama de un árbol en el patio para poder ducharse.

Eran felices y nunca les faltaba la comida, pero el estrés de ser indocumentados estaba siempre presente.

Una foto de la familia Medina muestra a la familia poco después de llegar a Estados Unidos desde México en 2002.

Una foto de la familia Medina muestra a la familia poco después de llegar a Estados Unidos desde México en 2002. Omar Ornelas/El Paso Times

En una ocasión, mientras los tres hermanos pequeños jugaban afuera de su casa móvil (remolque), su mamá les gritó que entraran. Cerró todas las ventanas, apagó las luces y les dijo que se callaran. Agentes de Inmigración y Control de Aduanas (ICE por sus siglas en inglés) estaban haciendo un cateo de su vecindario en busca de personas indocumentadas. La familia permaneció agachada y escondida en la tensa oscuridad hasta que pasó la amenaza.

Posteriormente, sus padres les explicaron que no tenían documentos legales para estar en el país. Hicieron hincapié en que los niños debían mantenerse fuera de los problemas, evitar las malas influencias y siempre conducir al límite de velocidad. Incluso una infracción menor podría separar a la familia y enviar a uno o todos de regreso a México.

“Ese es el miedo que llevas todos los días”, señaló Darío Medina, de 42 años. “Sales de tu casa y no sabes si vas a volver. Puedes o no volver a ver a tu familia”.

La familia se mudó a una casa móvil de tres habitaciones en Lake Dallas. Todos los domingos asistían a misa en la Iglesia de Cristo y agradecían a Dios por lo poco que tenían: comida, techo, salud y el poder apoyarse unos a otros.

“Siempre les he dicho a mis hijos: ‘En su vida, pongan primero a Dios’”, mencionó González, de 41 años. “Sean humildes y agradecidos. No hagan nada sin amor. Hagan eso y vendrán cosas buenas”.

Las cosas buenas llegaron en 2014 cuando la familia se enteró por primera vez del programa DACA. Con la ayuda de un tío y el dinero ahorrado por cortar el césped de Leo Medina, solicitaron el programa y pagaron la tarifa. Cuando llegó su carta de aceptación, la familia se acurrucó alrededor de la mesa de la cocina, inclinó la cabeza y oró.

“Fue una bendición”, recordó González. “Le dimos gracias a Dios y le dimos las gracias a nuestra iglesia. Esta fue una de las principales razones por las que venimos a Estados Unidos. Pensar que tendrían privilegios que nosotros no tenemos nos llenó el corazón de alegría”.

Frozen DACA program leaves youngest brother in limbo while two older siblings benefitted

Ten years after its introduction, a frozen DACA program leaves some immigrant children in legal limbo, unable to obtain protection and gain opportunities.

Omar Ornelas, Hank Farr and Josh Morgan, USA TODAY

DACA ‘fue realmente una bendición’

Por primera vez, Leo Medina podía conducir sin tener que cuidarse la espalda. La nueva protección lo llenó de confianza. En la escuela preparatoria, sus calificaciones mejoraron y se ofreció como voluntario en el Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales de Reserva (ROTC por sus siglas en inglés). Después de graduarse de la escuela preparatoria, trató de alistarse en la Marina, pero un reclutador le dijo que no podía unirse sin tener un estatus legal, incluso aunque tenía DACA.

En cambio, aceptó un trabajo de nivel de entrada en Baylor Scott & White, vaciando contenedores de basura y transportando sábanas sucias a la lavandería. Con el dinero de su primer sueldo, llenó los tanques de gasolina de los dos coches familiares y compró zapatos nuevos para sus hermanos.

“Fue un gran alivio”, recordó González. “Podríamos centrarnos en el alquiler y las facturas y él podría ayudar con todo lo demás. Fue realmente una bendición”.

Leo Medina se prepara para comenzar otro largo turno en un hospital para ayudar a mantener a su familia.

Leo Medina se prepara para comenzar otro largo turno en un hospital para ayudar a mantener a su familia. Omar Ornelas/El Paso Times

Leo Medina afirma que valora todas las oportunidades que le ha abierto DACA, pero le duele pensar que su hermano se despierta cada mañana sin las mismas oportunidades o protección.

“Si mi hermano pequeño fuera deportado, me rompería el corazón”, declara.

Un año después de que Leo Medina recibiera DACA, Isai Medina solicitó y también fue aceptado en el programa, facilitando el camino hacia un trabajo bien remunerado. Recientemente se inscribió en una universidad por Internet para estudiar seguridad cibernética que, cuando egrese, lo permitirá recibir mejor salario y estabilidad.

Mientras tanto, Carlos Medina tuvo problemas en la escuela. Le diagnosticaron dislexia y se inquietaba en las clases. Le gustaba jugar como guardia para el equipo de fútbol americano de la escuela y levantaba pesas en su tiempo libre. Soñaba con convertirse en soldador industrial algún día, un trabajo en el que pudiera trabajar con las manos y tal vez le permitiera viajar.

“Básicamente me siento como la oveja negra”, dice Carlos Medina, quien trabaja en la construcción con su padre, Darío Medina. “... Es frustrante que no tenga las mismas oportunidades que tienen los niños que nacen aquí”.

“Básicamente me siento como la oveja negra”, dice Carlos Medina, quien trabaja en la construcción con su padre, Darío Medina. “… Es frustrante que no tenga las mismas oportunidades que tienen los niños que nacen aquí”. Omar Ornelas/El Paso Times

Cuando cumplió 15 años y era elegible para solicitar DACA, la familia tenía dificultades económicas y no podía pagar la tarifa de solicitud de 495 dólares. Cuando finalmente ahorraron lo suficiente para aplicar, Trump canceló temporalmente la política migratoria, oscureciendo su panorama.

Se graduó de la escuela preparatoria, pero no vio el sentido de continuar sus estudios sin un estatus legal. Tomó cursos de soldadura en una universidad local pero, sin un trabajo bien remunerado ni acceso a becas, no pudo mantenerse al día con los pagos de la matrícula. Dejó de lado sus sueños y comenzó a trabajar en oficios ocasionales con su padre.

Cuando DACA reabrió después del fallo de la Corte Suprema, Carlos volvió a aplicar. El 13 de julio de 2021, recibió un aviso electrónico que decía que su solicitud había sido aceptada por los Servicios de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos (USCIS por sus siglas en inglés). Tres días después, el juez de Texas volvió a cerrar la puerta para nuevos solicitantes de DACA.

“Básicamente me siento como la oveja negra de la familia”, señaló Carlos Medina. “Todo lo que conozco es Estados Unidos. Me crié aquí toda mi vida. No tengo ningún recuerdo de México… Es frustrante que no tenga las mismas oportunidades que tienen los niños que nacen aquí”.

Carlos Medina sostiene el aviso de julio de 2021 que le dice que se recibió su petición de DACA. La petición está actualmente en pausa mientras se discute la legalidad de DACA en el sistema judicial.

Carlos Medina sostiene el aviso de julio de 2021 que le dice que se recibió su petición de DACA. La petición está actualmente en pausa mientras se discute la legalidad de DACA en el sistema judicial. Omar Ornelas/El Paso Times

'No sabes exactamente lo que va a pasar después'

Darío Medina agradece lo que DACA ha hecho por sus dos hijos mayores pero le duele que el menor permanezca en las sombras. El camino volátil de la política ha dejado a la familia desorientada, afirmó.

“Se siente como si te subieras a una montaña rusa”, dijo. “No sabes exactamente lo que va a pasar después”.

Después de terminar de descargar la última de las pacas de pastura, Darío y Carlos Medina regresaron a la casa móvil de tres habitaciones que la familia todavía comparte en Lake Dallas. Darío Medina siempre conduce: Si los llegaran a detener y los entregan a ICE, asegura que preferiría ser deportado él y no su hijo.

Ya en casa, Carlos Medina se duchó, descansó en el sofá durante unos minutos y luego ayudó a su mamá a hacer tortillas a mano para la cena. No le gustan los videojuegos, señaló, porque embotan la mente. En su tiempo libre, se divierte con la camioneta Dodge Ram ’98 de la familia.

Carlos Medina ayuda a su madre, Janneth Gonzalez, a preparar una comida para la familia en su casa en Lake Dallas, Texas.

Carlos Medina ayuda a su madre, Janneth Gonzalez, a preparar una comida para la familia en su casa en Lake Dallas, Texas. Omar Ornelas/El Paso Times

Carlos Medina asegura que sus objetivos son simples: Le gustaría terminar su formación académica y viajar por el país soldando tuberías para grandes empresas. Le gustaría hacer nuevos amigos. Le gustaría comprar el mandado y ayudar a sus padres con el alquiler. Le gustaría poder tomar un vuelo en un avión.

Aprendió a vivir con la inconstancia de DACA y se da cuenta de que incluso si lo logra obtener, es posible que se lo quiten.

Sin el estatus de DACA, planea seguir sin meterse en problemas y trabajar con su padre para ganar unos cuantos dólares. Dios se encargará del resto, afirma.

“Estoy preparado para vivir con o sin DACA”, subraya Carlos Medina. “De cualquier manera, seguiré trabajando duro”.

Traducción Alfredo García